martes, 30 de agosto de 2011

La Estanca de Borja



            En la fotografía que se inserta arriba puede apreciarse el estado en el que se encontraba la Estanca de Borja el pasado viernes 26 de agosto, tras un verano que no se ha destacado, precisamente, por sus precipitaciones. De ahí la importancia de este espacio natural al que el Centro de Estudios Borjanos ha dedicado especial interés desde sus inicios. Ya en el segundo número de Cuadernos de Estudios Borjanos se publicaron dos artículos dedicados a ella. El primero, firmado por Concha Lomba, daba a conocer las características de la llamada “Casa de la Estanca”, uno de nuestros más importantes monumentos, al que dedicaremos un comentario ulterior. El otro era de Enrique Pelayo y llevaba por título “La Estanca de Borja: sus aves”, en el que daba noticia de 48 especies observadas allí, destacando su interés ecológico. Curiosamente, ninguno de estos artículos, ni otra obra del mismo autor, sobre las aves de la zona, también publicada por el Centro, aparecen reseñadas en la correspondiente ficha del Inventario de Humedales de Aragón, del Gobierno de Aragón (http://servicios.aragon.es/humedales), en el que se incluye con el nombre de “Balsa de la Estanca”, un nombre que no hace justicia a la realidad de este enclave que tiene una superficie inundable de 15,4 hectáreas.


            La Estanca de Porroyo, que era el nombre con el que aquí se le conocía, tiene una dilatada historia, pues fue construida, en virtud de un privilegio otorgado por Alfonso IV el 8 de marzo de 1328, para recoger las aguas del río Sorbán (una de las más importantes acequias borjanas), con el fin de regar la parte baja de su término. También se benefician de sus aguas otras localidades próximas, como Fréscano, en virtud de acuerdos, entre los que destacan la concordia de 30 de julio de 1659, que publicó la Profª Lomba.


            Junto a su interés histórico y ambiental, hay que resaltar la importancia arquitectónica de su Casa que es Bien de Interés Cultural y forma parte del conjunto conocido como “Aragón Mudéjar”.


            Todo ello son motivos suficientes para difundir su existencia que, con frecuencia pasa desapercibida, y especialmente para llamar la atención sobre la necesidad de cuidar su entorno. Es lamentable que algunos de los visitantes que hasta allí se desplazan, abandonan en sus márgenes todo tipo de desperdicios. Creemos necesario proceder a una limpieza que no sería excesivamente costosa, ya que los restos que pudimos ver no son todavía demasiado abundantes, porque afortunadamente muchas personas son respetuosas con la Naturaleza.

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