lunes, 18 de marzo de 2013

El convento de la Concepción de Borja VI: Pinturas murales



            Vamos a terminar el recorrido que, a través de varios artículos, hemos realizado por la iglesia del convento de la Concepción de Borja con una referencia al interesante conjunto de pinturas murales que le confieren un especial interés.
            Tradicionalmente, han sido atribuidas a José de Luzán y Martínez (1710-1785), uno de los más importantes pintores aragoneses del siglo XVIII que, como es sabido, fue maestro de Francisco Bayeu y del propio Goya, entre otros artistas.
            Sin embargo, no disponemos todavía de la confirmación documental de su autoría y, por otra parte, la desigual calidad de las pinturas hace dudar de que todas ellas fueran pintadas por él. De hecho, en el informe de la reciente restauración, llevada a cabo bajo el patrocinio del Gobierno de Aragón, se apunta la posibilidad de que sólo realizara las de la cúpula, las situadas en el presbiterio y la ubicada sobre el coro, siendo el resto obra de artistas de su taller. En cualquier caso, todo el conjunto responde a un programa, bien estructurado, de carácter profundamente mariano.




            El eje del mismo es la cúpula situada sobre el crucero, cuya figura central corresponde a María, en el momento de su Asunción a los cielos por los ángeles. En definitiva, podría interpretarse también como “El triunfo de la Virgen”, en el que su imagen gloriosa, coronada de estrellas, entra en el Cielo, teniendo sobre ella la paloma que representa al Espíritu Santo.




            En torno a ella, cantan los coros angélicos. Mientras que alguno lleva en sus manos un cantoral, el resto hace sonar diferentes instrumentos, que no son fáciles de identificar pero, entre los que parecen encontrarse, trompetas o chirimías, arpa, laúd, fidula o viela, bajón, trompa y violín.



            La linterna está decorada por un gran florón central de yeso, rodeado también por motivos vegetales. En torno a ella se disponen los ocho vanos que la iluminan.




            En las pechinas, como es muy frecuente, los cuatro Evangelistas. Al frente están San Mateo, identificable por el niño que aparece sobre el libro, y San Juan, mucho más joven y con el águila detrás.




            Frente a ellos, en la parte que se abre hacia la nave central, se encuentran San Marcos, con el león bajo el evangelio que está escribiendo, y San Lucas, que tiene a su lado el toro que constituye su atributo personal. Hay que se señalar que las cuatro representaciones están realizadas en lienzo y no guardan relación con las pinturas que estamos comentando, aunque se han reseñado aquí por formar parte del conjunto de la cúpula.



            En los laterales del presbiterio se dispusieron dos pinturas que hacen alusión a los dos primeros pecados o rebeliones. A la izquierda, la victoria de San Miguel sobre los ángeles rebeldes, que tras enfrentarse a Dios, por un pecado de soberbia, fueron arrojados a los infiernos.



            A la derecha la Expulsión de Adán y Eva del Paraíso, tras infringir la prohibición de no comer los frutos del árbol que estaba en el centro del mismo. En la escena, nuestros primeros padres, ya cubiertos con un remedo de vestido, abandonan en Edén, empujados por un ángel con espada, mientras que a su derecha, aparece el árbol con la serpiente que les indujo a su acción. 
            María es considerada la nueva Eva, vencedora del pecado y del demonio. Ella fue concebida sin pecado original y con sus pies aplasta a la serpiente. De ahí, su relación con los dos pasajes que acabamos de comentar.
            En los lunetos del transepto y de la nave central, aparecen una serie de alegorías marianas, tomadas de las letanías lauretanas, del Cantar de los Cantares y del Eclesiástico. Vamos a relacionarlas de forma correlativa, tal como aparecen, a partir de la izquierda del presbiterio, en torno al centro, para terminar en el lado derecho del transepto.



            El ángel con la torre hace alusión a dos alegorías de las letanías: “Turris ebúrnea” (torre de marfil) o “Turris davídica” (torre de David).



            Esta otra la hemos interpretado como una alusión a la hermosa frase del Cantar de los Cantares: “Como un lirio entre espinas es mi amada entre las jóvenes”. De ahí, que ese “Sicut lilium inter spinas” puede ser su explicación.



            También, del Cantar de los Cantares está tomada esta alegoría en la que se alude a María: “Resplandeciente como el sol”.


  

            Las dos precedentes, “Scala caeli rectísima” (Escalera del cielo rectísima) y “Hortus conclusus” (Jardín cerrado), situadas en el lazo izquierdo de los tramos segundo y tercero de la nave, proceden de las letanías lauretanas.



               Si tras alcanzar el coro, continuamos girando en torno a la iglesia, ahora en dirección al presbiterio por el lado derecho de la misma, podemos ver que la última alegoría se encuentra oculta tras el órgano que, como dijimos, fue instalado a comienzos el siglo XIX.  La que sigue, situada en el tercer tramo, está tomada del Cantar de los Cantares: “Eres pozo de aguas vivas”.




            La siguiente es “Stella matutina” (Estrella de la mañana), de la letanía como, también “Strella maris” (Estrella del mar). El simbolismo se acentúa si nos percatamos que está situada en el primer tramo, frente a la alegoría del sol, a la que hicimos referencia.



Esta fotografía, correspondiente al brazo derecho del transepto, nos sirve para mostrar la decoración existente en los óculos que lo iluminan, así como la siguiente alegoría: “Porta coeli” (Puerta del cielo).



Frente a ella, la última del recorrido y de más difícil interpretación. Un ángel lleva un ramo de olivo en su mano, lo que parece aludir a una frase del libro del Eclesiástico: “Quasi oliva speciosa campis” (como gallardo olivo en la llanura).



Para finalizar, es interesante destacar la pintura existente en el cierre del coro, a los pies del templo, en la que está representada la venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza, una composición que reviste especial interés.



A la izquierda, se encuentra el apóstol Santiago, de rodillas, fácilmente identificable por las vieiras que aparecen en su esclavina y el bordón que porta en su mano derecha. En torno suyo, varios de sus discípulos contemplan admirados la llegada de la Virgen.



María es transportada por los ángeles, mientras desciende del cielo la columna y, detrás del mismo, la propia imagen que ahora veneramos. Es una iconografía poco frecuente, pues lo habitual es que la Virgen aparezca sobre el pilar, siendo mucho menos frecuente que figure la pequeña talla actual que todos conocemos. su propia imagen que llevan detrás otros dos ángeles. Debemos llamar la atención sobre la representación ideal de la ciudad de Zaragoza que se incluye bajo María. Desde el centro parte el puente de piedra y, al otro lado, un conjunto de edificios que, en gran medida, se ajustan a la realidad del momento en que se realiza la pintura. Se advierte un edificio cuadrangular con torrecillas en sus ángulos que recuerda a la Lonja. Las otras edificaciones se asemejan a la desaparecida Diputación del Reino y al palacio arzobispal. Por razones evidentes, no está representado ni el Pilar, ni la Seo, pero el conjunto es muy curioso.



A la derecha de la escena, otros discípulos que, quizás para significar su vinculación con el apóstol, uno de ellos lleva vieiras y el otro bordón de peregrino. Delante, hay uno que duerme, probablemente, para recordar que este hecho se produjo en la madrugada del 2 de enero del año 40.
No queremos terminar sin agradecer la inapreciable colaboración de Enrique Lacleta que ha realizado un excelente y cuidadoso trabajo para obtener las fotografías que han ilustrado estos reportajes, una tarea no exenta de dificultades, debido a la escasa iluminación de algunas partes del templo.
















1 comentario:

  1. Muy interesante, se dice venera o concha del peregrino, la "vieira", se refiere al molusco comestible.

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