viernes, 2 de diciembre de 2016

Recordando a Francisco Domínguez Pablo


         El Centro de Estudios Borjanos, del que fue responsable de una de sus secciones, está preparando un homenaje a D. Francisco Domínguez Pablo en forma de un libro que va a recopilar sus principales escritos, con datos importantes sobre la pequeña historia de nuestra ciudad. Para esa obra, nuestro Presidente ha escrito un prólogo que, como anticipo de la misma, queremos reproducir hoy textualmente.
         “Francisco Domínguez Pablo había nacido en Borja el 4 de octubre de 1928, en el seno de una familia humilde. Agricultor de profesión y de raza, como solía resaltar, su afición por la Cultura le llevó a completar, de una manera completamente autodidacta, la formación adquirida en la Escuela Pública, hasta convertirse en uno de los personajes más singulares de su generación.
         En su preparación intelectual ejerció una gran influencia la labor que se desarrollaba en la Casa del Congregante, sede la Congregación Mariana, creada bajo el impulso de D. José María Pereda, el popular “mosen Pepe”, que fue el crisol de varias generaciones borjanas.

         Allí surgió su vocación periodística que sería determinante en su vida, comenzando a colaborar en el semanario Lauro, heredero en cierta medida de Ecos del Moncayo, aunque con una orientación fundamentalmente confesional. Los artículos de “Francisco de Borja”, seudónimo que utilizó en varias etapas de su vida, eran muy diferentes, ya que abordaban temas de actualidad desde una óptica crítica lo que, a raíz de un comentario sobre la actuación de un conjunto musical, provocó su separación del periódico, al que pronto retornó. No deja de ser curioso el que fuera allí, en el seno de su Congregación y por una cuestión local, donde se suscitara el único revés documentado en su larga trayectoria como cronista.



Con el Director de Radio Moncayo, Gerardo Arranz; Manuel Giménez Aperte y Manuel Gracia

         Cuando se creó Radio Moncayo, en su primera etapa, entró a formar parte del grupo de colaboradores, pero su recuerdo permanece unido a su labor como corresponsal de Heraldo de Aragón, que inició en 1967, siendo el creador de la página “Borja Semanal”, desde la que siguió con atención el proceso de transformación que se iniciaba en su ciudad natal.

         Francisco Domínguez fue un hombre de talante progresista que soñaba con una nueva etapa, en la que la Cultura fuera un instrumento fundamental para el cambio social. Por eso, dentro del límite de sus posibilidades, prestó su apoyo decidido a todas las iniciativas surgidas en ese ámbito. Pero, en sus crónicas y artículos, no dejó de señalar los defectos y las deficiencias de una sociedad adormecida, no vacilando en expresar duras críticas a las instituciones y los políticos locales, hasta el punto que, frente al pensamiento ahora imperante, llama poderosamente la atención la libertad con la que se manifestaba.


Foto de José Antonio Duce. Francisco Domínguez a la izquierda

         Es cierto que, muchas de ellas, iban envueltas en ese tinte de fina ironía que siempre le caracterizó, hasta el punto de que, si no se conoce lo que entonces ocurría, resulta difícil entender algunos de sus escritos. Como muestra de ello, quiero señalar una frase que aparecía en el folleto, dedicado a las fiestas de San Sebastián, publicado por el Centro de Estudios Borjanos, en el que al referirse a la costumbre de los cofrades de cubrir con juncos el suelo de la iglesia de Santa Clara, el día de la fiesta, afirmaba: “con seguridad, por aquellas fechas las calles de Borja deberían encontrarse cubiertas de barro para obligarles a adoptar tales precauciones. Resulta difícil comprender estos extremos, ahora que el confort, hace tiempo que invadió nuestras calles y hogares”. Ni que decir tiene que, cuando escribió ese librito, las calles borjanas eran un auténtico lodazal pues, tras la instalación del abastecimiento de agua, aún no se había realizado la pavimentación, que tardó algún tiempo.


En el bar del Santuario. Domínguez y Manuel Giménez en primer término

         Yo le conocí en la Biblioteca Pública, situada en el parque de San Francisco, que llevaba el nombre de “Carlos Sánchez del Río”, el ilustre borjano que la había creado y al que, como a su hijo D. Carlos Sánchez del Río Sierra, nunca recibió otra distinción de su ciudad natal y ese recuerdo, merecidamente otorgado, le fue arrebatado.
         La biblioteca era para Francisco Domínguez Pablo, una atalaya privilegiada desde la que oteaba los signos premonitorios de los nuevos tiempos y donde entró en contacto con los jóvenes universitarios, a los que supo captar con su encendido entusiasmo. Allí escribía sus crónicas para el Heraldo, siempre a mano, grapando los folios en el ángulo superior derecho “para llevar la contraria”. Desde ese lugar planificó muchas iniciativas que, lógicamente, llevaban a cabo otros.

         Una de ellas fueron las Exposiciones de Arte y Recursos Etnológicos Comarcales, una pomposa denominación para una muestra que unía las obras de los artistas locales a la exhibición de la producción agrícola e industrial de la zona, lo que constituía una auténtica novedad. Ni que decir tiene que, entre los artistas, siempre ocupó un lugar preferente D. Baltasar González, al que profesaba un cariño especial. Por ese motivo, en estas exposiciones pudo contemplarse una amplia selección de sus obras que, posteriormente, sirvieron de base para la que, en colaboración con los hermanos Sánchez Millán, se mostró en la Escuela de Artes y Oficios de Zaragoza.


En una de la exposiciones. En el jardín creado Francisco Domínguez, Pedro Luis Pardo y Manuel Giménez

         Las exposiciones se instalaban en el antiguo claustro del convento de dominicos y, durante todo el verano, se iba adaptando a un diseño cada vez más elaborado, en el que jugaba un papel fundamental el jardín diseñado en la “luna”, nombre con el que se conocía al espacio interior de dicho claustro. Había, además que acarrear los aperos de labranza y los útiles artesanos que se iban a exponer. Para ello, aparejaba su remolque, tirado por una mula, con el que recorríamos las calles de Borja en un periplo apasionante que nos permitió adentrarnos en un mundo desconocido.
         Más desconocido aún fue la incursión, en la que nos “embarcó”, por el subsuelo borjano en busca de la “entrada” al castillo. De su mano conocimos el “caño de Palanca” que, en el imaginario popular, era el acceso cegado que conducía a lugares ignotos por descubrir. Gerardo Pablo, propietario de la casa, nos dio todo tipo de facilidades y, durante varios días, un esforzado grupo de jóvenes cavaron incansablemente, mientras Domínguez les animaba con su voz, hasta descubrir que el legendario caño no era sino una conducción que, desde el río Sorbán, alimentaba un profundo pozo que pudo servir para la mezquita que allí existió. Desde el punto de vista arqueológico los resultados fueron muy importantes, pero el mito se derrumbó y, por ese motivo, al redactar la crónica de aquellas jornadas pudimos concluir que “a partir de ahora la Historia la escribiremos con nuestros picos y nuestras palas”, un alarde de fanfarronería propia de la edad que Paco supo aceptar.
         Cuando se creó el Colegio Libre Adoptado con el nombre de “Juan de Coloma”, otro ilustre borjano que, como es costumbre en nuestra tierra, sufrió la incomprensión de sus paisanos al permitir que fuera sustituido por el de “Juan de Lanuza”, mártir de la causa aragonesa, al que Borja se enfrentó, pues estuvo al lado de Felipe II, Francisco Domínguez fue nombrado conserje del mismo. Le hizo una enorme ilusión, pues al margen de la retribución económica, le permitió entrar en contacto con los jóvenes de todos los municipios de la comarca que cursaban estudios en ese centro. En ellos puso todas sus esperanzas y con ellos compartió las aulas pues, con admirable tenacidad, decidió iniciar los estudios de Bachillerato que culminó con brillantez.
         Al iniciarse el proceso de transformación del colegio en instituto y ya con el título de bachiller, decidió optar a la plaza de encargado de la Secretaría. Las oposiciones habían sido convocadas en Pamplona y hasta esa ciudad se desplazó, en compañía de un buen amigo borjano; pero, tuvieron la desgracia de sufrir un trágico accidente que les provocó gravísimas lesiones, como consecuencia de las cuales falleció el conductor y posteriormente Francisco Domínguez, el 14 de mayo de 1975.

         Como concluí en la reseña biográfica que inserté en el Diccionario de personajes de Borja, desaparecía así, prematuramente, un hombre entrañable, símbolo de una estirpe, con una vida repleta de anécdotas en las que la realidad se confundía con la ficción, al igual que sucedía en sus crónicas y artículos en los que recreó la historia de una ciudad que fue el ideal de sus sueños y a la que consagró buena parte de sus desvelos, tan sólo compartidos con su mujer y sus hijos, a los que quiso apasionadamente.


Francisco Domínguez, Ignacio Gracia, Juan de Ojeda y Manuel Gracia

         Cuando ocurrió su muerte, me encontraba navegando a bordo del Juan Sebastián de Elcano y la noticia me produjo una fuerte impresión. Atrás quedaban tantas vivencias compartidas y tantos proyectos pendientes de llevar a cabo, algunos de los cuales culminaron con éxito y otros están a la espera de una oportunidad favorable.

         Al recopilar sus escritos, para rendirle un pequeño homenaje (tarea en la que he contado con la colaboración de Leandro José Galindo Escolano), me ha sorprendido el escaso número de fotografías que conservamos de él. He querido dar a conocer las que yo guardaba con cariño, entre ellas la de mi “despedida” de Borja, a finales de 1970, en la que aparezco con él y con Juan de Ojeda Nogués, entonces Alcalde la ciudad, de Manuel Jiménez Aperte y de Ignacio Gracia Rivas”.

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