sábado, 8 de abril de 2017

Cuando Borja se pronunciaba en contra de las vacas


         Como hemos documentado en ocasiones anteriores, las vaquillas o espectáculos taurinos en las calles no han sido habituales en Borja hasta época reciente. Hoy queremos ofrecer una prueba sumamente interesante de la postura en contra de las mismas, por parte de nuestro Ayuntamiento, en 1915.
         Para ello debemos referirnos a las constantes prohibiciones dictadas por sucesivos gobiernos, valiéndonos para ello de la recopilación efectuada por el investigador D. Celedonio García de esas medidas, entre las que señala la Real Orden de 13 de noviembre de 1900, publicada en la Gaceta de Madrid de 15 de noviembre de 1900, prohibiendo correr las vaquillas en libertad y toros encordados y alquitranados. La Real Orden de 5 de febrero de 1908 reiterando esa prohibición y  la Real Orden de 24 de junio de 1915 en el mismo sentido que dio lugar al acuerdo municipal que vamos a comentar.


         Por otra parte, el 8 de junio de 1917, con el estreno de un nuevo reglamento de corridas de toros, el Director General de Seguridad dictó una circular prohibiendo nuevamente las capeas y lo mismo vuelve a hacerse durante la Dictadura de Primo de Rivera, en 1929. Una de las primeras medidas de la II República fue una Orden de Gobernación de 3 de septiembre de 1931, por la que solo se permitían las capeas en circos provisionales bajo el cumplimiento de las debidas condiciones de seguridad y de la existencia de servicios de enfermería. Fue complementada por una Orden Circular de 22 de junio de 1932, en la que se prohibía correr los toros por las calles.



         Pues bien, a raíz de una de esas prohibiciones, la de 1915, el Ayuntamiento de Borja tomó un acuerdo que encontró un eco extraordinario.

         Aires del Moncayo, en su edición del 18 de julio de 1915, insertaba un artículo titulado “Acuerdos que honran” en el que afirmaba: “Nuestro Ayuntamiento, dando una prueba de Cultura, y haciéndose intérprete de la mayoría de la población, acordó felicitar al Gobierno por sus enérgicas disposiciones para acabar con el bochornoso y bárbaro espectáculo de las capeas. El acuerdo ha sido acogido con manifiesta simpatía por la España culta y el nombre de Borja figura en los comentarios honrosos de la prensa que circular”.



         Porque, efectivamente, entre otros medios de comunicación, Heraldo de Aragón había publicado un extenso artículo en el que, con el título de “Aragón enaltecido” criticaba con dureza a las capeas, dedicando calurosos elogios a nuestra ciudad:
         “Frente a los pueblos exaltados que se amotinan pidiendo la capea mientras abandonan al maestro, se yergue la muy noble ciudad de Borja, no solo aceptando la prohibición del vituperable espectáculo, sino aplaudiéndola y felicitando por dictarla al gobernador civil.
         Y semejante rasgo de Cultura, de buen sentido y de humanidad, cristalizado en un acuerdo de aquel Ayuntamiento, merece entusiástico parabién.

         Con él, Borja acaba de rendir un homenaje al buen nombre de Aragón. Aunque, fuera del radio regional, se hace justicia a excelsas cualidades que destacan en nuestra historia, no suele ser la indulgencia preponderante cuando se falla sobre nuestra exquisitez espiritual. Es, por tanto, conveniente que emerja de la entraña aragonesa una nota consoladora que pone muy arriba timbres honrosos para nuestra fama”.



         Era entonces Alcalde de Borja D. Rodolfo Araus Chíes, elegido formando parte de una candidatura progresista. Volvió a serlo en 1920, siendo destituido tras la proclamación de la Dictadura de Primo de Rivera.
         Pero, con esa postura se alinearon también hombres de ideología muy distinta, como D. Jesús Pellicer Bernal que, mientras fue Alcalde no programó jamás un espectáculo de esas características. Lamentamos no haber encontrado un interesante artículo en el que fundaba esa decisión que, en esos momentos, compartía la mayor parte de la población.

         Cabe preguntarse, por lo tanto, qué es lo que ha cambiado para que las vaquillas se hayan convertido en espectáculo habitual de nuestras fiestas, aduciendo razones de tradición, que lo comentado anteriormente viene a desmentir. Da la impresión que no son razones ideológicas ni culturales, son los cambios experimentados por las personas los que quizá pueden justificarlo, sin que queramos entrar en otras cuestiones.

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