miércoles, 18 de octubre de 2017

Borja y Arras


         El nombre de Arras, donde estuvimos recientemente, es familiar para nosotros, dado que allí nació Baltasar Febre, más conocido como Baltasar de Arras a quien la cofradía de Nuestra Señora y San Bartolomé de Borja encargó en 1538 tres bustos procesionales de San Bartolomé, Santa Apolonia y San Acisclo. Se ha conservado el primero, aunque tras su reciente restauración, sabemos que fue “rehecho” en época posterior. El escultor residía entonces en Tarazona, donde había contraído matrimonio con la viuda Catalina Redondo y donde probablemente falleció.

         El Prof. Criado Mainar, estudioso de este artista y descubridor de la capitulación de los bustos borjanos, lo incluye entre los maestros franceses establecidos en Navarra y Aragón, aunque Arras en aquellos momentos pertenecía a la corona española.




         Fue en el aciago año de 1640 cuando las tropas francesas tras un duro asedio protagonizado por un ejército de 25.000 soldados y 9.000 caballos, lograron quebrar la resistencia de los 1.500 soldados españoles, irlandeses y valones que defendían la plaza. Fue la primera victoria francesa que condujo la derrota de Rocroi que significó el fin del poder militar de los tercios. Arras pasó definitivamente a poder de Francia tras el Tratado de los Pirineos de 1659. No podemos olvidar que la crisis de 1640 coincidió con la sublevación de Cataluña que provocó también la pérdida de Portugal.



         El sitio de Arras dio lugar a una curiosa anécdota, dado que sus defensores colgaron de las murallas un cartel afirmando que la plaza se rendiría cuando “los ratones devoraran a los gatos”. Por eso, al tomarla los franceses (los ratones) se distribuyeron unos grabados satíricos en los que aparecían sometiendo a los gatos españoles.




         En la actualidad es una bella ciudad francesa que, en la actualidad cuenta con unos 40.000 habitantes y en la que destacan espacios urbanos tan hermosos como la Place des Héros, donde nos alojamos, presidida por el edificio de la Casa Consistorial.




         En ella llama la atención la gran torre (beffroi, en francés), símbolo del poder de la ciudad en contraste con la de la catedral, de menor tamaño.




         De mayor tamaño es la casi contigua Grand Place, aunque su visión queda ensombrecida por el hecho de ser utilizada como aparcamiento. Es preciso resaltar que todos los edificios de una y otra son fruto de la reconstrucción efectuada tras la I Guerra Mundial en la que la ciudad, escenario de grandes enfrentamientos, quedó completamente arrasada. Al término del conflicto y utilizando antiguas fotografías volvieron a levantarse, como se ha hecho en otros muchos lugares, de manera que si no se conoce esta circunstancia proporciona una impresión de “antigüedad” que no se corresponde con la realidad.



         También fue reconstruida la Casa Consistorial, respetando las distintas fases y estilos que la caracterizan. Tuvimos la oportunidad de visitarla y contemplar los gigantes que se muestran en su planta baja.




         Son cuatro, uno de ellos representa a un corneta como homenaje a los regimientos militares que estuvieron de guarnición en la ciudad. Resaltamos la presencia de estos gigantes, habituales en muchas poblaciones como testimonio de algunas informaciones que se difunden últimamente.




         Efectivamente, en la reunión nos hicieron entrega de un folleto sobre las fortalezas que, siguiendo el modelo Vauban existen en diversos lugares de Francia, declaradas Patrimonio de la Humanidad, entre ellas la de Arras, que comentamos en un artículo anterior. Otro conjunto fortificado es el de Villefranche-de-Content, localidad del Rosellón de la que se incluía un artículo titulado “El acento catalán” con alusión a sus gigantes, de los que se afirma que son una expresión de la cultura popular catalana, de igual forma que al hablar de su gastronomía se pone como ejemplo a la “crema catalana”, así como a una tradición conocida como la “llama del Canigou”, manifestación luminosa de la unión entre catalanes.




         Villefranche de Conflent, ya rotulada también, de manera extraoficial, como Vilafranca es una población que, como todas las del Rosellón formó parte del reino de Aragón, salvo una breve etapa en la que Jaime I la unió al reino de Mallorca, creado para uno de sus hijos. Precisamente, estos días estamos recordando las negociaciones protagonizadas por Juan de Coloma, a instancias del Fernando el Católico, para su recuperación, tras la ocupación francesa durante el reinado de su padre Juan II, lo que pudo lograr hasta su definitiva pérdida tras el tratado de los Pirineos, al que ya hemos hecho referencia.

         Es cierto que los gigantes a los que hace referencia el artículo citado representan al conde de Cerdaña Guillermo Ramón I, el cual estaba casado en segundas nupcias con Sancha de Barcelona (el otro gigante) hija del conde de Barcelona Ramón Berenguer I, y que fue tutor del futuro conde de Barcelona Ramón Berenguer III, padre del Príncipe de Aragón y esposo de la reina Dª. Petronila, Ramón Berenguer IV, pero el Rosellón fue donado a Alfonso II de Aragón en 1172 por disposición testamentaria de su último conde Gerardo II y nunca estuvo unido al condado de Barcelona.




         Entre sus atractivos turísticos, además de su recinto amurallado, la ciudad cuenta con un gran castillo, Fort Libéria, en el monte Belloc, al que se accede por una escalera de 734 peldaños considerado el mayor subterráneo europeo.

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